domingo, 19 de marzo de 2017

CLARIDAD

Tal vez no lo recuerdes
yo aún le repito a mi mente que era cierto
qué al lado de la rama junto a la alcantarilla
nos dimos aquel beso en Los Cedros
bajo la luz amarilla de la noche,
tu ni lo recuerdas.
No recuerdas que al día siguiente
llovió como nunca,
llovió todo el día y convirtió mi deseo
en un sueño efímero.
Entonces te extrañé como se extraña lo importante.

Esa  lluvia iracunda y orate.

Llovió como si la ira de Dios
se hubiera volcado sobre nuestro San Isidro,
sobre nuestras vidas desgarradas.
Perdí mi casa nueva en un suspiro
qué se llevó  los viejos amigos.
Habíamos perdido hasta lo digno de ser humano,
más allá, mis hijos jugaban sobre el agua bajo la sombra de los árboles aún erguidos
como si el mundo fuera solo ese pequeño espacio,
y sobre ese lodo casi blanco que después se convertiría en piedra
ya no importaba nada.
Solo había felicidad.

Fue entonces que un rezago de nostalgia
Se clavó en el fondo de mi pecho como un dolor crónico y terminal.
Sentí el clamor de la abstinencia y supe sentada bajo lo que quedaba de nuestro umbral que si volviera a conocerte, volverías a gustarme.
Tu ni lo habías notado,
qué a pocos metros de tu piso 18  en esa casa fresca y erguida
algo de mi se había muerto, algo mutilo mis ilusiones y mi esperanza
escarbó entre mis sueños y mis lágrimas pero no lloré.

A la noche mi familia durmió bajo el cerezo
y pude probar en soledad el sabor del llanto hasta que llegó la mañana,
esa mañana que miré a través de tu ventana y desapareció la rabia contenida y el dolor.
Porque recordé el beso en Los Cedros, aquel beso que nunca debió terminar.