En la casa de Vincenzo
se juega todo,
hasta las vidas pequeñas
se han apostado.
Sobre el paño ya he perdido
dos dedos y mi sombrero de flores rojas,
ni hablemos de la confianza
que me tuvo.
No recuerdo con que pasos llegué ahí
si era Miércoles o garuaba,
todo siempre sucede los Miércoles.
Debo haber caminado meses
y me perdí
seguro no llevaba mis anteojos puestos
(aún hoy no los llevo).
Dejé en el camino
tiempo, paciencia, y la memoria
al llegar a esa casa nueva
que me ha contado cien lágrimas ya.
Junto a los amaneceres quisiera quedarme,
quisiera quedarme,
pero cada vez que se van de mis manos
todas las flores del mundo
y me da frío en las orejas
recuerdo la casa de Vincenzo
nueva, libre, a veces incomoda
a la que llegaba solo con cerrar los ojos
por un camino que aún no conozco
marcado de huellas femeninas
que hoy no podré encontrar.
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