lunes, 14 de noviembre de 2011

AMATISTA

Amatista, mi azabache
habías nacido y casi en el mar
heredera de Europa
la baja,
a veces me  escuchabas en tu sordera
otras ni me has mirado con melancolía
como cuando era niña
y me mentías
y yo no recuerdo si te he admirado
pero te amaba bajo la sombra
de los helechos y los ficus
que en tus manos jamás vivirían
sin embargo, te engañabas
como las pocas cosas que viviste.

Mi señora calculadora
no perversa,
miraba poco dentro de su alma
a la que casi no conocía
y con gritos sordos me pedía
que no creciera más
luego cosía las camisas de un gigante
(su único hijo).

Tenía el pelo grueso
y los labios fuertes
para  decir lo exacto;
la discreción durante el día,
por la noche el mismo cuento
del que está preparado para la muerte
y luego acariciaba sus boas
que siempre estarán para consolarla.
Mi madre sorda,
a veces ciega,
mi amatista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario